San Martín de Tours, patrono de la Guardia Suiza Pontificia
Se celebra el día 11 de Noviembre
‘Soldado de Cristo’
Martín nació en Panonia (actual Hungría) alrededor del año 316. Fue hijo de padres paganos. Su padre fue militar y él, siguiendo la tradición familiar, ingresó a los 15 años a la guardia imperial romana. Mientras integraba el ejército, se convirtió al cristianismo y fue admitido como catecúmeno.
Martín dejó así de ser ‘soldado del emperador’, para ‘defender a otro Señor’ y ‘extender’ su Reino en la tierra. Algo sin duda mejor, muy por encima de los habituales anhelos de gloria y honor que rigen este mundo.
“He combatido el buen combate” (2 tim 4, 7)
Aunque algunos hagan mofa del lenguaje ‘bélico’ -sin duda metafórico- que se usa para explicar ciertos aspectos de la vida cristiana, o vean en este las supuestas trampas del belicismo, que creen inherente a la religión, el cristianismo va en otra dirección: el Reino de Dios no es de este mundo (ver: Jn 18, 33-37). Y el Reino de Dios descansa sobre la justicia y la misericordia divinas y no sobre el capricho humano. Por eso, en la Tradición y en la Escritura -“La vida del hombre sobre la tierra es milicia” (Jb 7,1-4.6-7)- abundan las analogías o símiles entre el campo de batalla, la disciplina militar y el combate real que se ha de librar contra el pecado y el mal, empezando por el propio interior, por el propio corazón.
El ‘soldado’ no es per se alguien carente de juicio, empatía o humanidad, una suerte de asesino amparado en el poder de algunos. La razón de ser del soldado es defender una causa noble, con un nivel de compromiso que puede poner en juego la propia vida, con tal de hacer el bien a los demás. Esa es la esencia del ‘soldado’, o, en todo caso, esa debería ser siempre. La corona del buen soldado es la victoria sobre el mal. ¡Victoria! canta el cielo por Martín.
Patrono de la Guardia del Papa
El vínculo de Martin con la carrera militar hizo que la tradición católica lo eligiera como patrono de la Guardia Suiza, el llamado “ejército del Papa”, que alguna vez cumplió funciones convencionales -propias de las campañas militares-, defendiendo en siglos pasados los Estados Vaticanos, pero que hoy sólo custodia la Ciudad del Vaticano y a quienes residen o transitan por su pequeño territorio.
Caridad “a capa y espada”: Martin y el mendigo
Hacia el año 337, encontrándose Martín con las huestes romanas en Amiens, al norte de Francia, vio a un mendigo recostado junto a la puerta de la ciudad, tiritando de frío. El noble soldado al verlo en esas condiciones, espada en mano, dividió su capa en dos: una mitad la conservó por respeto a quien se la otorgó -el Imperio al que servía- mientras que la otra la usó para cubrir el cuerpo casi congelado del mendigo, dándole el cobijo y abrigo que necesitaba.
El gesto dejó atónitos a quienes lo presenciaron, pues los oficiales romanos, por regla, jamás debían mostrar compasión o piedad por nadie, menos hacia los débiles.
Días después de lo que hizo, Martín tuvo un sueño en el que Cristo se aparecía diciéndole a los ángeles: “Martín, siendo todavía catecúmeno, me ha cubierto con este vestido”.
Cristo mismo le confirmaba así al santo que «En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mt 25, 40). Ese gesto de amor por el prójimo, de desprendimiento, de valentía y de justicia, ha quedado perennizado. El arte, en óleos y frescos, lo ha representado innumerables veces como puede constatarse fácilmente si se revisa la iconografía del santo, aunque mención aparte merece la impresionante pintura que hizo el Greco (1541-1614) representando a San Martín sobre su caballo, cortando su capa para dársela a un hombre desnudo.
Monje, sacerdote y pastor
Una vez que Martin renunció a la milicia, se unió a los discípulos de San Hilario de Poitiers y adoptó el modo de vida ascético y de oración constante. Lamentablemente, Hilario tuvo que exiliarse y abandonar Poitiers, por lo que Martin decidió también dejar la ciudad y asentarse en Milán. Allí se reencontró con su madre, a quien convirtió al cristianismo. Lamentablemente no tendría la misma suerte con su padre.
Cuando Hilario regresa a Poitiers, Martin decide ir a su encuentro. De vuelta a la ciudad francesa, se dedicó a impulsar la construcción de un monasterio en Ligugé -el primero en construirse en Europa-. Allí vivió como monje durante una década bajo la dirección espiritual de Hilario, su preceptor espiritual. Este lo prepararía para el diaconado y el sacerdocio. Tras recibir el orden sacerdotal, Martin fue elegido obispo de la ciudad de Tours.
El episodio con Prisciliano
Como obispo, Martin se dedicó a la evangelización y a combatir la influencia pagana dentro de la Iglesia, en especial la producida por el gnosticismo. En ese propósito tuvo que enfrentar al obispo hispanorromano Prisciliano (inspirador de la doctrina herética de índole ascética conocida como priscilianismo, cercana al maniqueísmo).
Martin estuvo permanentemente en disputa con Prisciliano en el campo doctrinal, pero aún con eso, no dudó en mostrar su abierto rechazo al encarcelamiento y condena a muerte de Prisciliano, ordenadas por Magno Máximo, emperador romano, a consecuencia de las presiones políticas ejercidas por Idacio, obispo de Mérida.
Martín intercedió por Prisciliano ante el emperador, pero este no le hizo caso y se inclinó a favor de Idacio. Martín, golpeado por estos tristes sucesos, rompería todo vínculo con el obispo de Mérida hasta el epílogo de sus vidas, cuando se reconciliaron.
Últimas acciones pastorales
El obispo Martín fundó una comunidad denominada “Maius Monasterium” (monasterio mayor), también conocida como Marmoutier (Francia).
Además, en su afán evangelizador, dedicó los últimos 25 años de su vida a viajar por las regiones de Turena, Chartres, París, Autun, Sens y Vienne. La muerte lo encontró en Candes (actual Candes-Saint-Martin) en el año 397.
A rezar a la “capilla”
Tras su muerte, la media capa que había regalado alguna vez a aquel mendigo fue hallada y puesta en una urna, construyéndose un santuario pequeño para conservarla, uno que sirviera al mismo tiempo como lugar de culto.
Se cree que el uso del término “capilla” para designar a un templo pequeño proviene de la historia de San Martín. Como en latín “media capa” se dice “capilla”, la gente solía decir: “Vamos a orar donde está la capilla”, en alusión al santuario del santo. La costumbre devino en el uso, más corto y coloquial, de la expresión “vamos a la capilla”.
De esta forma, la palabra “capilla”, mediante su vulgarización, empezó a denotar cualquier edificación o espacio pequeño dedicado exclusivamente a la oración o la liturgia. Fue así, con este significado, como el término quedaría incorporado a muchas lenguas, incluyendo el castellano.
Patronazgos en Europa y América (el caso argentino)
San Martín es patrono de países como Francia y Hungría. También lo es de ciudades importantes como la capital de Argentina, Buenos Aires. En torno a este último patronazgo existe una bella historia.
La costumbre obligaba a los conquistadores españoles (siglo XVI) a consagrar todas las ciudades que fundaron a algún santo. La “Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María de los Buenos Aires” no podría haber sido la excepción. Entonces, los fundadores decidieron barajar nombres y echarlo a suerte. Se confeccionaron las balotas marcadas con los nombres de los candidatos, y se determinó que la ciudad se pusiese bajo la protección del santo o santa que saliese sorteado.
Realizado el sorteo, podía leerse el siguiente nombre en la balota extraída: “San Martín de Tours”. Algunos se alegraron, mientras otros se mostraron disconformes por tratarse de un “santo francés”. Así que decidieron repetir el proceso dos veces más, y las dos veces siguientes volvió a salir el nombre del santo de Tours.
Los fundadores no presentaron más objeciones y aceptaron el resultado como voluntad divina. San Martín de Tours había sido elegido definitivamente patrono de la capital del Virreinato del Río de la Plata, hoy República Argentina.
Oración a San Martín de Tours
Bienaventurado San Martín Caballero, lleno del Espíritu del Señor, tuviste siempre inagotable caridad con el necesitado.
Tu que lleno de amor y generosidad
cuando viste al mendigo que se congelaba de frío,
sin saber que en verdad era Cristo,
no dudaste en darle la mitad de tu capa,
y no se la diste entera
pues la otra mitad era del ejército Romano;
tú, que no buscabas reconocimientos
sino solo favorecer al prójimo,
encontraste gloria ante el Señor,
y cuando el Salvador se te apareció
vestido con la media capa para agradecer tu gesto
y te dijo “hoy me cubriste con tu manto”,
decidiste no servir más en el ejército
y dedicar tu vida a Dios y a la salvación de almas,
siendo desde entonces propagador de la fe
y santo hombre entregado a quien lo precisara.
Glorioso san Martín tu que obraste milagros y prodigios que con alegría, amabilidad y la más exquisita bondad te ganaste los corazones de todos y no dejaste de trabajar por su bienestar, tiéndeme tu mano y ayúdame a salir de todas las carencias y problemas económicos que ahora me afligen y causan desasosiego.
Glorioso san Martín, bendito patrón mío, te pido con gran fe y humildad me consigas de Dios, la fuente de todas las Misericordias que mis caminos en esta tierra, mi trabajo y mis empeños se limpien y abran con claridad. En el nombre de Dios Todopoderoso, Señor San Martín de Tours, aleja todo lo que me perjudica. Oh santo alivio, préstame tu santo amparo; ayúdame, te lo ruego en estos malos momentos:
(pedir aquí lo que se necesita)
Tú que tienes, noble san Martín, milagroso poder; lleva mis súplicas cuanto antes a los Cielos, pide para mi casa todo lo bueno, que los agobios, ruinas y pobrezas se vayan y la buena suerte entre en mi trabajo (o negocio) y con ella la abundancia y prosperidad, para poder ayudar a todos los necesitados.
San Martín, bendito obispo de Tours, que tus virtudes y caridad me acompañen siempre, yo no dejaré de rezar y agradecer al Altísimo los favores concedidos, y seré caritativo con todos mis hermanos y necesitados.
San Martín intercede por mí, y líbrame y protégeme de todo mal.
Amén.
Rezar el Credo, Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
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